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sábado, 12 de enero de 2013

Igual de fuerte que un jodido terremoto y quince tsunamis.

El mundo entero estaba corriendo. Un niño bajaba por el tobogán tan deprisa cómo si la vida se fuese en un segundo. Un hombre arreglaba el motor del coche cómo si mañana necesitase que estuviese listo para escapar. Una abuela contaba a su nieto el cuento de "Los inmortales". Una madre cantaba una nana a su bebé con el fin de calmarlo. Todo el mundo hacía su función. Y ellos, ellos dos estaban comiéndose a besos en un banco del parque cómo si fuese el último segundo de sus vidas. Lo que no sabían era que tenían amor corriendo por sus venas, que la vida pasaba en un segundo, que tenían que tener el valor de escapar, escapar juntos porque su amor era inmortal como el de los príncipes del cuento, y que si estaban juntos podrían calmarse como aquel canto silenció el miedo del bebé. Lo que no sabían era que en el amor residía el mundo. Que el amor era capaz de moverlo todo. Que el mundo que era formado por pequeñas sumas de casualidades: el niño, el hombre, la abuela, la madre... todo en conjunto no era ni la mitad de eficaz que su amor. Porque el amor es el único capaz de soportar todo. Lo único igual de fuerte que un jodido terremoto y quince tsunamis.

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